María Félix

30 sept 2016

30/Sep/2016

En la actualidad, se ha malbaratado el término “diva” aplicándolo a cuanta cantante y actriz existe, aunque no posean el talento, personalidad y trayectoria que tal apelativo requieren. Tal parece que muchos olvidan que en el ambiente de la farándula solía aplicarse ese calificativo a gente que transformó la industria, tal como Katharine Hepburn, Bette Davis, Marilyn Monroe, Lana Turner o Audrey Hepburn.

México y América Latina también han tenido dignos ejemplos que definen esa palabra a la perfección. Uno de los más grandes es María De Los Ángeles Félix Güereña, conocida por el mundo entero simplemente como María Félix. 

La hija pródiga de Álamos, Sonora, jamás imaginó que las eventuales penurias sufridas antes de llegar a la gran pantalla sólo preparaban el camino para construir su leyenda. Las leyendas urbanas relativas a la estrecha relación que sostuvo con su hermano Pablo no son nada comparadas con sus famosos romances y matrimonios: Agustín Lara y Jorge Negrete, entre otros.



La personalidad de María Félix rompió el molde dentro y fuera de la pantalla grande. El público estaba acostumbrado a las protagonistas tiernas y sumisas, calcadas de la memoria de nuestros bisabuelos y tatarabuelos: aquellas que esperaban a su hombre luego de una larga jornada de trabajo con la cena caliente recién servida y una actitud complaciente, tal como se esperaba de la típica mujer azteca.
 

Sin embargo La Doña –su más famoso apodo artístico- no tenía intenciones de pertenecer a este grupo. Rebelde, contestona, aguerrida, sexual (de una forma bastante sutil, pero siempre latente), atractiva y dispuesta a pasar por encima de quien sea para lograr sus objetivos, rara vez se mostró cabizbaja al interpretar a algún personaje. Habrá que agradecer que guardara en el armario esa careta de mujer post-feminista en cuyo universo los hombres sólo cumplen la función de adorarla, para interpretar a la noble maestra Rosaura en Río Escondido (1947).


No obstante, la mayoría de sus personajes, muchas veces dirigidos por Emilio Fernández y fotografiados por Gabriel Figueroa, eran exactamente lo contrario: la carnalidad, pecado y belleza extraordinarias constituían una amalgama que seducía al espectador en obras como La Diosa Arrodillada (1947), Doña Diabla (1949), Doña Bárbara (1943), La Escondida (1955) y La Bandida (1962). En mayor o menor grado padecía por amor, por supuesto, como el guión lo requería. Pero siempre parecía tener el control de la situación.




Juan Rulfo se cuestionaba en Pedro Páramo el porqué las mujeres siempre tenían una duda en sus cabezas. En el caso de María Félix no se trataba de un aviso del cielo, como el inmortal autor trataba de explicarlo, sino de una innata desconfianza que la llevaba a sacrificar su felicidad personal para rodearse de lo que más amaba en la vida: lujo, confort y glamour. Esto le generó muchas críticas tanto por su trabajo como por su vida personal: mientras hay quienes la ven como la máxima diva del cine nacional, otros la consideran una actriz regular y una mujer fría, vacía y soberbia.
 
Nada más alejado de la realidad: esta dama poseía una brillantez intelectual y una sensibilidad fuera de serie que la llevó a inspirar poemas, canciones, libros y otras cuantas obras artísticas tratando de descifrar el misterio que la caracterizaba y rindiéndole culto a su belleza. Pero su apariencia física no la habría colocado en el lugar que obtuvo sin que tuviera un gran cerebro que hiciera juego con la misma. 



En efecto, doña María De Los Ángeles no fue explotada, utilizada o humillada por los hombres de su vida. Por el contrario, era ella quién decidía con quién, cómo y cuándo. Ella era la primera en declarar que belleza sin inteligencia es una ecuación incompleta, e incluso trágica. 

La actriz que alternó con otros grandes como Pedro Infante, Pedro Armendariz, Arturo De Córdova, Ignacio López Tarso y que rivalizó en La Cucaracha (1958) con su hermosa némesis Dolores Del Río para deleite del auditorio, es ahora parte esencial de la cultura artística y cinematográfica de México y Latinoamérica. 


Llama la atención que en este filme se dirige a Jesucristo (o por lo menos a la representación del mismo colgado en la pared de la iglesia) de tú a tú, tal vez queriendo perpetuar la idea que ella en verdad tenía algo de divinidad. Y entre seres divinos existe el tuteo, definitivamente. 

El 8 de abril del 2002 abandonó este planeta, pero entre su legado existen algunas frases que bien pueden servir de estandarte a aquellas doncellas que aún luchan por la igualdad de género, como la siguiente:

“Una mujer original no es aquella que no imita a nadie, sino aquella a la que nadie puede imitar”.


Y como ejemplo eterno de lo anterior la tenemos a ella.




30 sept 2016

Los Olvidados [1950]

18 sept 2016

“Madre, no sea mala. Yo quisiera portarme bien, pero no sé cómo
 –Pedro, uno de los protagonistas de la película-

Algunos críticos de la obra de Luis Buñuel a través de los años han señalado que Los Olvidados [1950], una de las obras cumbre del director español, guarda algunas semejanzas con el neorrealismo italiano de la época. En efecto, la forma es parecida, pero el fondo carece de la esperanza y ternura que caracterizaron a excelsas obras como Ladrón De Bicicletas.

La misma voz del narrador lo indica al inicio: este filme no es una obra optimista. No deja lugar para discursos populistas, ni tampoco ofrece espacio para que el espectador trace colores pastel sobre las ideas de Buñuel y pretenda de esta forma cerrar los ojos a una realidad que, a más de 60 años de distancia, sigue siendo manifiesta y cruel. Lo más grotesco de todo es que aún exista como tal.



El personaje central (El Jaibo, interpretado por Roberto Cobo) es la representación exacta de la parte cruda y desposeída de la sociedad mexicana: el joven sin oportunidades que no conoce otro camino más que la violencia y la brutalidad para conseguir lo que quiere. El pandillero de barrio bajo en cuya conciencia no cabe la maldición autoimpuesta que pesa sobre parte del pueblo azteca, traducida en la ridícula frase “mejor pobre, pero honrado”. Al contrario: para sobrevivir y tener unas cuantas monedas en la bolsa, no importará a quién tenga que golpear o incluso asesinar. Después de todo, esto es lo que la vida le ha mostrado desde muy pequeño.


La película se adelantó a su época en muchos sentidos. Dos años antes había sido estrenada ya Nosotros Los Pobres de Ismael Rodríguez, un drama protagonizado por el galán preferido de la audiencia en ese momento: Pedro Infante. Sin embargo, esta película y su secuela, Ustedes Los Ricos, a pesar de su momentánea crudeza e intenso drama, poseen elementos suficientes que la convierten en materia digerible para una gran parte del público. El horror vivido por Pepe El Toro al perder a su hijo en un incendio, es compensado con el amor de la protagonista y las posteriores bendiciones recibidas. De esta forma, el autor lo recompensa por todo el sufrimiento vivido.

En Los Olvidados, sin embargo, Buñuel y Luis Alcoriza explotan al máximo los elementos realistas –eventualmente surrealistas- calcados de la vida real: la miseria en los barrios marginales de la Ciudad de México, el despertar de la sexualidad y la desvalorización de las mujeres a temprana edad en una sociedad que las ve como objetos de placer sin siquiera solicitarles consentimiento. El crimen visto de la forma más natural posible por chicos y grandes, y sobre todo, la indiferencia de los mayores para las nuevas generaciones.



En esta obra de Buñuel no hay lugar para canciones a la “Amorcito Corazón” ni arrumacos con tintes melodramáticos entre los protagonistas. Ismael Rodríguez utilizó esos recursos para distraer momentáneamente a la audiencia de su propia realidad en las películas mencionadas. 

El genio surrealista español, por otra parte, enfrenta al espectador con todo lo vil y aborrecible que sucede cuando no existen oportunidades a la vista. Un panorama que se torna mucho peor cuando sobra el desamor. Incluso en una breve secuencia el complejo de Edipo no resuelto de Pedro (Alfonso Mejía) sale a relucir con el consiguiente rechazo de su madre (la extraordinaria Stella Inda) ¡Imaginen ustedes una escena parecida en alguna película de Pedro Infante!



Las imágenes en esta película cuentan historias por sí solas, incluso cuando no existe diálogo alguno. Los pequeños detalles que forman el todo de la trama entristecen el alma y recuerdan que, a pesar de las maravillas que la ciencia y tecnología son capaces de lograr actualmente, esa evolución es insuficiente en algún punto del camino mientras aún continúen vagando por las calles algún Pedro, Meche (Alma Delia Fuentes) o Jaibo

Pero después de todo, ¿qué tan importantes son las caras sucias y despeinadas de los hermanos menores de Pedro, o los pequeños perros trabajando forzadamente en la calle (en una época donde el término “maltrato animal” ni siquiera era relevante) para una sociedad preocupada por todo lo artificial y banal, estúpidamente perdida en la obsesión colectiva por alcanzar la perfección física, el lujo sin esfuerzo, y los dispositivos de moda

Las nuevas generaciones que verán este filme, ¿serán conscientes al ver estas secuencias de la tremenda responsabilidad que tienen en sus manos?

No podemos hablar de "erradicar la desigualdad" o simplemente frenar abusos. Esto va mucho más allá: ¿qué tal hablar de la responsabilidad personal, por ejemplo? ¿Qué tal hablar del instinto que a cada quien le susurra al oído: "no puedo darme el lujo de traer un ser al mundo a sufrir". 


Por otra parte, esta responsabilidad no se refiere únicamente a grandes cambios sociales y políticos. Al contrario, simplifiquemos por un instante: hablamos de aquello que está alrededor de nosotros justo ahorita. Porque no podemos proferir demagogia en tanto no tengamos el mínimo de compasión para quien lo necesita justo en la esquina al salir de casa.

La amistad entre El Jaibo y Pedro es exacerbada de tal forma que va desde la obligada lealtad hasta el asesinato brutal. La visión surrealista del director le imprime a las secuencias finales una tremenda aspereza al producto final, por si aún no era suficiente con la -casi- hora y media de ignominia recetada previamente.



Los Olvidados es una gran película que ofrece y retrata a la vez sexo, violencia, amargura, sueños rotos, desafecto y desesperanza. Romper tabúes le ocasionó a Luis Buñuel violentas reacciones durante el estreno inicial de su obra en 1950. A casi siete décadas de distancia, se puede afirmar con certeza que la controversia de una gran obra fílmica siempre valdrá la pena, siempre y cuando esté respaldada por todos los elementos que han hecho que este filme se convierta en una obra inmortal, reconocida incluso como patrimonio cultural de la humanidad.

Los Olvidados no habla solamente de una sociedad injusta, sino de cómo una serie de factores desfavorables se reúnen para marcar la vida de aquellos seres humanos que no pueden discernir lo que les ocurre. La falta de amor y la falta de educación, una cuestión emocional por un lado y un elemento social por otro, son capaces de destruir a un ser cuando se combinan de forma tan lacerante.


Las escenas finales en las que los dos protagonistas son ultimados de distintas formas, reflejan con total precisión cómo la sociedad devora a los niños y jóvenes cuyo primer pecado fue venir a este mundo en condiciones penosas. Don Carmelo (Miguel Inclán) lo resume en una frase que es en sí misma una maldición implícita: “ojalá los mataran a todos antes de nacer”. 

No obstante, la trama deja lugar para muchas preguntas: ¿qué pasaría si todos los "Jaibos" del mundo deciden cambiar la cinta y optan por finalmente crear grandes cosas y dejar vivir en paz a sus semejantes? ¿Acaso la victimización de un grupo social marginado (en la pantalla grande) también ha sido culpable que el público no entienda el poder que una decisión personal posee por sí sola?


En un contraste melodramáticamente ridículo y brillante al mismo tiempo, el director de la escuela (Francisco Jambrina), ofrece uno de los pocos momentos sin tragedia incluida en esta obra sin edad: al otorgarle un voto de confianza a Pedro, afirma que éste necesita cariño y que crean en él.

Increíble pero cierto: aunque sea por unos cuantos segundos, Luis Buñuel también era capaz de ofrecer una alternativa a su público, quizás de forma muy sutil e incluso irónica. Sobrecogedoramente, ese camino de luz descrito con brevedad parece perderse en medio de tanta oscuridad.

Septiembre 18, 2016

Los Olvidados [1950]
México,
Director: Luis Buñuel
Escrita por: Luis Buñel, Luis Alcoriza, Max Aub, Juan Larrea, Pedro De Urdimalas, 
Productora: Ultramar Films
Distribuida por: Entertainment One Films
Protagonizada por: Stella Inda, Roberto Cobo, Alfonso Mejía, Miguel Inclán, Alma Delia Fuentes, Francisco Jambrina, Jesús Navarro, Efraín Arauz.
Maquillaje: Armando Meyer.
Fotografía: Gabriel Figueroa.
Música: Rodolfo Halffter, Gustavo Pittaluga.
Ayudante de producción: Ignacio Villarreal.
Sonido: José B. Carlos, Jesús Gonzáles Gancy.
Montaje: Carlos Savage.
Escenografía: Edward Fitzgerald.
        




 




 

18 sept 2016